Ya desde
los comienzos de la Iglesia, Orígenes, uno de los Santos Padres de la
primera mitad del siglo III, dice que era frecuente la devoción al Ángel de la
Guarda o Ángel Custodio de cada persona:
Mas también el ángel particular de cada cual, aun de los más insignificantes dentro de la Iglesia, «por estar contemplando siempre el rostro de Dios que está en los cielos», viendo la divinidad de nuestro Creador, une su oración a la nuestra y colabora, en cuanto le es posible, a favor de lo que pedimos. (ORÍGENES, Tratado sobre la oración, 11,1-5)
También lo recuerda San Basilio hacia el año 380:
La misión de los ángeles custodios es acompañar
a cada hombre en el camino por la vida, cuidarlo
en la tierra de los peligros de alma y cuerpo,
protegerlo del mal y guiarlo en el difícil camino para
llegar al Cielo. Se puede decir que es un compañero
de viaje que siempre está al lado de cada hombre,
en las buenas y en las malas. No se separa
de él ni un solo momento. Está con él mientras
trabaja, mientras descansa, cuando se divierte, cuando reza, cuando le
pide ayuda y cuando no se la pide. No se
aparta de él ni siquiera cuando pierde la gracia de
Dios por el pecado. Le prestará auxilio para enfrentarse con
mejor ánimo a las dificultades de la vida diaria y
a las tentaciones que se presentan en la vida.
(Tomado de Primeros Cristianos.com y Catholic.net)
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