San Jerónimo,
nacido alrededor del 347, puso en el centro de su vida la Biblia: la tradujo en
lengua latina, la comentó en sus obras y sobre todo se comprometió a vivirla
concretamente en su existencia terrena. Padre de la Iglesia, de familia
cristiana, recibió en Roma una esmerada formación y una
vez bautizado se orientó hacia la vida ascética y partió para Oriente,
viviendo como eremita en el desierto. Perfeccionó el griego, estudió el hebreo
y transcribió códices y obras patrísticas. De vuelta a Roma, el Papa Dámaso lo
tomó como secretario y consejero. Muerto el pontífice, Jerónimo peregrinó a
Tierra Santa y Egipto y se asentó en Belén, donde permaneció hasta su muerte
(419/420).
En Belén, San
Jerónimo "comentó la Palabra de Dios, defendió la fe oponiéndose con vigor
a diversas herejías; exhortó a los monjes a la perfección; enseñó la cultura
clásica y cristiana a sus jóvenes alumnos y acogió a los peregrinos que
visitaban Tierra Santa. La gran aportación del santo es la llamada Vulgata: el texto oficial bíblico de la Iglesia latina. Jerónimo
reafirma también "la necesidad de recurrir a los textos originales: el
griego, para el Nuevo Testamento, y el hebreo, para el Antiguo Testamento.
"Así -explica el santo- todo lo que surge de la fuente lo podemos
encontrar en los arroyos". "La palabra de Dios trasciende el tiempo. Las opiniones humanas van y vienen. La Palabra
de Dios es palabra de vida eterna. Lleva en sí la eternidad, lo que es válido
para siempre". (Fuente: Primeros Cristianos.org)
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