Nuestro teólogo español Don Olegario González de Cardedal recibirá el próximo 30 de Junio el Premio Ratzinger de Teología, de manos del Papa Benedicto XVI. Premio merecido a toda una vida de entrega y dedicación a la Teología, la enseñanza de ésta y su presencia en la cultura. Pero lo que viene a mi mente ahora eran aquellas clases de hace veinte años. En ellas don Olegario presenta para mí la perspectiva de uno de esos raros maestros de Verdad y Libertad, que a la postre es el mensaje esencial de todo gran maestro, esa Verdad y Libertad con la que nos enseñaba a pensar nuestra fe Don Olegario en las clases de Cristología y de Eclesiología en la UPS.
Recuerdo su impactante cercanía en el trato, que contrastaba aún más cuando una empezaba a oír con reverencia ese enorme despliegue de ciencia teológica que, por otra parte, hacía comprensible con su facilidad para generar imágenes sugerentes, metáforas precisas, que en ocasiones llegaban a ser momentos de pura poesía. La poesía de Jesús, que diría el padre Espinel, parecía contar con otra poesía, la del padre Olegario como aliada en la exposición, hermanada e iluminada por su erudición.
Desde su lealtad incuestionable a la Iglesia no ha utilizado nunca ese magisterio para evitar pensar los problemas y las contradicciones que la Iglesia presenta en su caminar histórico, sino que se ha apoyado sobre los hombros de los gigantes del magisterio para intentar encontrar un nuevo sentido a los desafíos eclesiales que han ido apareciendo. Ha conjugado siempre la audacia de la fe con la audacia de la razón. Ese realismo tras la poesía es otro de sus grandes rasgos como maestro: poesía para el mensaje, razón audaz para poder hacer realidad la poesía del Reino. En ocasiones nos sorprendía con propuestas que eran audaces, refrescantes y hasta impertinentes, que no desafiaban la doctrina, pero sí nuestras seguridades, la revisión de nuestras ideas mal pensadas, y sobre todo, reclamaban de cada uno de nosotros encontrar nuestras respuestas, nuestro propio camino teológico, nuestra forma particular de ser creyentes sin tener nunca miedo a pensar, porque pensar es lo natural, pensar es lo cristiano. No es aceptable una fe de carbonero, sino una fe que se piense intensamente a sí misma una y otra vez, que tiene que respetar su vocación de ser razón histórica, que diría nuestro Ortega: un cristiano no puede limitarse a vivir como vivieron su fe otros cristianos en el pasado. Un cristiano tiene que ser cristiano en su propio tiempo, tiene que crear su propia forma de ser y para eso necesita perentoriamente repensar su fe, con el riesgo de equivocarse pero también con la seguridad que permiten más de 2000 años de esfuerzos de vivir y pensar la fe, aquello que llamamos Magisterio. “Iglesia hay que ser, pensar, vivir”, dijo en una ocasión D. Olegario, como resumen de vida y como proyecto asumible por cualquier creyente. ¡Felicidades querido Don Olegario!
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